Un enigmático hallazgo en las calles del Centro de la Ciudad de México…

Uncategorized

CIUDAD DE MÉXICO. El Centro. Donceles y Allende. Un papel pegado en una de las farolas del perímetro milenario. Un papel al cual nadie presta atención: los trajines, las prisas, el estrés y el estrépito del día a día no permiten a nadie el lujo de detenerse a contemplar nada.

Un papel que, invariablemente, siempre está pegado en la misma farola, el ultraje fotostático sólo permite precisar que la fecha es el único elemento que cambia.

Imaginemos de pronto que alguien se detiene y mira ese papel. Las letras escritas accidentadamente a máquina forman palabras extrañas, frases imperativas, las ideas son vagas, su autor parece haber escrito todo eso a prisa, como si no tuviera tiempo que perder, como si alguien le estuviese acechando.

Es un documento legal, tiene el sello de una oficina gubernamental. Es una demanda, pero no es cualquier demanda. Una disputa, una pelea entre semejantes. O, mejor dicho, una batalla librada de manera unilateral: nada apunta a que el adversario sea un ente real, una persona de carne y hueso, o tal vez sí, pero ya no existirá en el plano terrenal.

Imaginemos ahora que ese alguien, movido por la curiosidad, arrancó ese documento, lo leyó a detalle y descubrió algunas cosas interesantes…

Estando en Bellavista, por Alejandro Barrón

Narrativa

Estando en Bellavista

*Historia publicada en la revista QPX, mayo de 2006.

CAMINANDO durante un mediodía caluroso hacia la avenida Victoria, había optado esta vez por visitar el único vestigio europeo existente en los alrededores de Tepic: Bellavista. De manera que tomé el camión que me llevaría hacia allá; durante el trayecto, pude admirar buenos paisajes, tapizados de diferentes tonalidades del verde natural e iluminados por el sol radiante. Supuse que no me pasaría nada anormal en aquel pueblo, así que me dispuse de la mejor manera; llevaba mi cámara para captar los mejores ángulos y realizar buenas tomas. Bellavista se distingue mucho de las demás localidades por tener en pie al único testigo actual de la primera huelga acontecida en el país (por si muchos pensaban que fue en Cananea y Río blanco), la ex-fábrica de hilados y textiles, cuyo diseño fue traído desde Europa, -Brujas, en Bélgica para ser mas exacto-, aún existe la fábrica hermana de ésta, precisamente allá, me comentó un amigo que por accidente fue a dar a dicha ciudad belga, solo que ésta difiere un poco en la tonalidad de sus materiales pues la de Bellavista esta hecha con minerales mas  claros. En fin, llegué al pueblo en menos de veinte minutos, me bajé del camión exactamente a las puertas de la ex-fábrica, en donde un señor custodiaba celosamente la entrada; antes de pasar a dicho lugar, observé que las calles estaban empedradas de una forma tal que remontó mi ser al pasado místico de Nayarit, no culpo a aquellas personas que sientan nostalgia al ver esto, pues yo sentí lo mismo. Una vez dentro del patio de la fábrica, admiré el panorama; el lugar estaba muy vegetado, varios robles proyectaban una sombra refrescante, las jardineras coloridamente compuestas por rosales y varios tipos de flores. Imponente se encontraba la parte central de la construcción, cuyo reloj marcaba las doce y veinte. No me demoré más y comencé a subir por los escalones de piedra, mientras un pensamiento muy profundo asaltaba a mi mente ‘¿Cuántas personas habrán subido y bajado por este lugar al cabo de todo este tiempo?’, el señor que cuidaba el edificio solo me seguía con la mirada, no articulaba palabra alguna y ciertamente parecía alegar demencia, quizás para que no le fuese a preguntar algo que para él seria repetir respuestas enfadadamente.

Al llegar hasta la referida puerta central, noté que había unos rieles que dibujaban su pesada marca a través de todo el batiente de la fachada principal, de manera incoherente lo relacioné con una locomotora que estaba en exhibición en una de las jardineras, sin embargo recordé que para este tipo de fabricas se empleaban carritos del mismo tipo que se usan en las minas, o mejor dicho, que se usaban. Infantilmente seguí el camino del riel, hasta que desapareció la marca, en la nave izquierda; en el pasillo contiguo vi que había una clásica caja de registro (o al menos así le llamo yo), en donde los trabajadores marcaban su hora de entrada y de salida, la luz del mediodía se hizo notar al final de ese pasillo, así que supuse que habría mas lugares en donde observar. Algunas habitaciones aun tenían maquinaria antigua, sucia por los desechos de las palomas (esas palomas que me siguen a todos lados), que además de darle un tinte de desorden le daban un toque lóbrego y un tanto escalofriante, pues de vez en cuando me asaltaba de idea de ser observado desde dentro de esas habitaciones y quizás desde algún otro punto angular del pasillo, un viento frío se hizo presente en la estancia, talvez el trabajo de los robles era bastante efectivo al fabricar aire totalmente puro. Proseguí mi andar no sin antes voltear para verificar que nadie estaba ahí, solo yo.

De momento sentí nervios y decidí tomar otro camino que me llevara hacia la parte trasera del edificio; parecía ser que había otra entrada a un lado de un pequeño apartado que estaba siendo acondicionado como sala de museo, y mas que eso, parecía mejor dicho una hemeroteca, pues más que fotos, se encontraban en exhibición recortes de periódicos. En seguida entré a lo que debía ser un pasadizo, mas solo era algo así como una sala de espera, o quizás fue otra cosa, no la pude definir pues era realmente extraña la distribución de esa sala; había bancas de piedra pero no una razón concreta que explicara el porqué de ello; pues para ser sincero dudo que se haya construido para el descanso de los obreros, obviamente no, ya que las jornadas de trabajo antiguamente eran de más de diez horas, y tal vez sin descanso alguno. Evité no ahondar en los vertiginosos laberintos que a veces mis propios pensamientos me orillan a penetrar, pues seguramente adoptaría una postura física tal cual a una estatua – parado, taciturno, como cuando alguien repentinamente descansa su vista observando puntos inexistentes en la nada, un ejemplo; una pared, el cielo, la calle o sencillamente los carros que transitan por doquier- así que procuré dar tres pasos hacia atrás y de manera casi mecánica entrar en lo que parecía un seudo-túnel, el cual supuse no me llevaría por un camino equivocado, aunque es acertado decir que los caminos que en ese edificio existían en sí eran erróneos, pues años atrás, quizás el gobierno o talvez alguna asociación en particular, habían mandado sellar algunas entradas, ventanas o en dado caso, tergiversar pasadizos hasta convertir el inmueble en un verdadero laberinto; así que no era nada extraño ver lo que parecía ser una ventana en un segundo piso, totalmente sellada, esto se podía notar fácilmente, pues los materiales con los que se encontraba privada eran de un color tan diferente al original y legitimo que no pasaba inadvertido, y uno se pregunta “¿Qué habrá sido allá arriba? Una oficina, un baño; algo”, el caso es que la nostalgia actúa tan rápido que es preferible caminar sin reparar en los detalles para no ser presa de nuestras tribulaciones, es decir ser todavía dueños de nuestro sentir y tenerlo bajo control de manera que no nos afecte tanto, antes que el se adueñe de nosotros, y caer en la paranoia de que luego tenemos las “normales” sensaciones de sentirnos observados desde dicha ventana actualmente inexistente e inútil de sus antiguas funciones cotidianas; de nada me sirvió reflexionar esto, pues en si ya tenia esa sensación de ser observado aun por mi propia sombra, cuya imaginación mía me había llevado a cavilar que ésta tenia personalidad propia en aquel momento, así que tuve el temporal tic nervioso de volver la vista hacia atrás en cualquier instante, para verificar de manera estricta la ausencia de compañía deseada o no deseada.

Como cuando uno procura no verse reflejado en un espejo en el filo de la noche, caminé rápidamente por aquel sendero como si a final de cuentas alguien viniese siguiéndome, ya no con la mirada, sino con pasos propios. Como si intentara defenderme de esa sensación, saqué mi cámara y tomé una foto del “casi un túnel”, por extraña razón mi mente se sintió mejor y seguí mi marcha un poco más tranquilo, subí algunos escalones que me llevaron a un patio o por lo menos lo que antes fue otra de aquellas habitaciones pero sin techo y con las paredes carcomidas por los años, a punto de colapsarse. Al adentrarme a esa nueva modalidad de espacio, pude observar que en lo que parecía ser una bodega, había un juego de ajedrez  de tamaño natural, algo como de las medidas de un niño de tres años; era fuera de lo normal ver este tipo de cosas pues nadie se imagina que dentro de un edificio casi abandonado la realidad se vuelva mas abstracta; como si los duendes hubiesen decidido hacer acto de aparición a través de una prueba contundente de señales de vida fantasiosa; mas no era así, pues al parecer esas piezas eran de uso reciente, el hecho de que no estuviesen cubiertas por una gruesa capa de polvo ayudaba mucho a formular estas conjeturas.

Aunque trataba de no demorarme, siempre me detenía para analizar paredes, ventanas, puertas, caminos y preguntarme de dónde venia el sonido del agua cayendo, y al cabo de unos pasos mas, preguntarme ahora, de dónde venia el agua en sí. En esos momentos en encontraba plenamente en la parte trasera de la fábrica bastante independiente de la parte frontal, en donde concluí que era un contraste formidable: la entrada impecable, bien cuidada, y el interior casi derruido; sin embargo es extraño mostrarse mas optimista ante tales casos, pues quién no estaría interesado en encontrar un vestigio del pasado enterrado en los escombros que  admirar una bonita pared donde obviamente todo sobre ella ya ha sido observado. Otra situación que me dejó severamente sorprendido, fue cuando por costumbre paranoica volvía la mirada hacia atrás y noté que había unos escalones que llevaban hacia una pared, fantasiosa, infantil y susceptiblemente pensé que seria una zona solo exclusiva para seres de menos de dos gramos de peso, es decir, fantasmas, extrañamente en el momento en que la palabra “fantasma” pasaba por mi mente, sentí una necesidad incontrolable de correr, mas mi cuerpo parecía no responder a tal orden utópica.

-¿Quién eres tú?-, preguntó una voz infantil, exactamente cuando devolvía la mirada en pos de proseguir mi recorrido, obviamente una descarga muy pequeña de electricidad transitó desde mi cerebro a la columna vertebral, lo cual me causó un salto disimulado, como cuando uno va caminando tranquilamente por la calle y el perro residente de alguna cochera de alguna casa se te avienta decidido a triturarte, y ante la limitación material que existe solo le queda ladrarte y tomarte por  sorpresa, o más sencillo, cuando de igual manera uno camina por la calle y el claxon de un carro incurre a un desorden en decibelios que causa la misma reacción que un susto en menor escala. -¿Quién eres tú?-, dije por inercia al no saber que mas preguntar en ese instante, -Yo soy Carlos-, contestó; era un niño aproximadamente de seis años, con las vestimentas un poco modestas, descalzo, pero sin señales de incomodidad, -¿Quién eres tú?-, repitió un tanto impaciente, -Me llamo Alejandro, ¿De donde saliste para poder darme semejante susto?-, contesté de una manera resignada y prácticamente cobarde; -sólo jugaba-, esa respuesta me pareció extraña, pues el lugar carecía de interés como para que un niño estuviese jugando, a menos que jugara a asustar gente; -Bueno, la verdad es que estaba descansando, trabajo mucho y ya era tiempo de…-, antes de que dijera la última palabra, el niño volteaba a todos lados, como si fuese a decir algo prohibido; -…salir a tomar un poco de aire-, por fin terminó la oración.

Carlos parecía preocupado de que lo descubrieran “descansando” así que para aminorar esa tensión caminé unos pasos, sabiendo que si lo hacia el me seguiría y así podría esconderse en algún lugar mas seguro en dado caso que su patrón lo estuviera buscando, pues para el tono en como decía las cosas, era casi seguro que alguien procuraría estar tras su pista, -Y dime Carlos, ¿eres vago en la escuela?-, pregunté inconscientemente como si no supiera que tipo de plática entablar con él, -No voy a la escuela-, respondió, -Yo trabajo para ayudar en mi casa-, como toda buena lógica, supuse que él vivía cerca de la fábrica y por eso se vino a esconder, así que, siendo él de aquí sabría algo sobre la historia de Bellavista, -¿Y qué me puedes contar sobre la fábrica?-, formulé; -Pues, de ahí llevan la tela bruta a las maquiladoras, en unos carritos que van por esos rieles-, mientras lo decía apuntaba con el dedo cada lugar que nombraba, desde una puerta hacia otra y por ultimo hacia los rieles, era como si se supiera de memoria las tareas que se realizaban durante los días laborables de la fábrica, fui hacia la puerta que me había señalado como “de las maquiladoras” y solo pude encontrar maquinaria vieja y arrinconada, con las respectivas pistas de vida aviar, -Y qué maquiladoras-, dije en un tono sarcástico mientras el niño me observaba con una mirada de sorpresa, como si yo estuviese diciendo una mentira. De momento sentí que Carlos traía un exceso de nervios, pues no dejaba de mirar a todos lados, de un momento a otro se comenzó a tornar pálido, así que creí correcto ofrecerle de las pocas galletas que me quedaban y que por suerte traía guardadas en el estuche de mi cámara cuidando siempre que estas no tuviesen nada que ver con el complejo aparato fotográfico, -Toma-, le dije, -Gracias, en verdad que si tengo algo de hambre-, mas Carlos mantenía las galletas en su mano como si las quisiera reservar para un momento mejor, -¿Qué más?-, incité al niño para que me contara más, -Pues la gente es muy dura y regañona, si te sales de tu oficio te lo descuentan de la paga-, consideré al niño pues los tiempos circunstanciales en que decía las cosas me hacían sentir como si la fabrica estuviese funcionando todavía, mas comprendí que a esa edad (seis años) es un poco difícil relacionar las palabras de una forma coherente.

Parecía en verdad nervioso, y seguía sin comerse las galletas, de un momento a otro me hizo la seña de que lo siguiera; me condujo por otra serie de puertas y pasillos, túneles y habitaciones, desniveles y un extraño jardín, me sentía parte de un juego de escondidillas o del tú la traes, pero con mayor porcentaje de seriedad que de diversión, noté que en la mano de Carlos, ya no traía las galletas, por la forma en que corrimos, no creo que en ese lapso de tiempo se las hubiese metido en la boca y triturado de un tirón, así que lo mas viable era pensar que las había tirado, me sentí indignado ante tal falta de educación, pero no dije nada y solo le miraba con reservas de ya no ofrecerle nada más. Iba a darle un comentario indirecto acerca de lo malo que es tirar la comida, cuando emprendimos una nueva carrera, puertas y mas puertas, algunas repetidas, pasillos y mas pasillos, el niño corría desesperadamente, como si las energías le sobraran y clamara por una rueda para ratones de laboratorio, no pude seguir su ritmo y su velocidad, así que me demoré como a diez pasos de distancia de él, pero siguiendo mentalmente la ruta que tomaba, hasta que en una vuelta que dio, perdí su pista, pues ya no vi hacia qué otra puerta fue a dar y si seguía mi intuición, seguramente me iba a rezagar más y talvez me encontraría con la persona que venia al asecho de Carlos, y eso significaba problemas. De momento el silencio se fue apoderando del ambiente, como si nada hubiese pasado, como si el pequeño Carlos hubiese sido un ser de humo que prácticamente no estuviese ahí, -Corrió tan rápido que no le importó si me rezagué o no-, dije en voz alta como si de esa forma le haría regresar, no fue así, el silencio se comió las palabras y ya no hablé mas. Miré a mi alrededor y vi que el lugar en donde me encontraba estaba sumamente desolado, caminé algunos pasos y salí precisamente por el pasillo que al principio de mi recorrido me había negado a recorrer, ahí estaba la caja de registros de nuevo, mas concluí que no era de los tiempos que creí en un principio, pues a un lado de dicha caja había un pedazo de cartón que decía “Registro para trabajadores de la Fábrica de muebles” y una flecha mal dibujada que apuntaba hacia el artefacto, quizás pude haber lanzado una risa irónica, mas una foto que estaba enmarcada en una oficina llamó a mi atención; era algo así como un recorte de periódico en donde solo se podía resaltar la foto de un niño, con mirada tierna, triste, nostálgica y tan escasa, de momento se me hizo familiar, mas no pude leer de que se trataba.

Recordé que no había tomado suficientes fotos del lugar, entonces me puse en marcha, tomé algunas frontales, otras desde los puntos laterales; el hombre que cuidaba la entrada seguía observándome desconfiadamente (bueno, así pude calificar esa mirada), creí concluido mi trabajo y me destiné a salir, sin embargo cuando menos lo pensé el hombre me toco con el dedo índice en la espalda, como cuando alguien le quiere decir algo a otra persona y no tiene el suficiente valor, -En este roble lo ahorcaron-, dijo de forma lastimosa, -¿A quien?-, pregunté automáticamente, -A un niño ¿puedes creerlo? Hasta qué punto llegaba la crueldad humana-, respondió, -¿Pero eso cuándo fue o porqué lo hicieron?-, -Fue allá por los años mil novecientos, novecientos cinco, mas o menos, un niño que trabajaba más por obligación que por placer, se había tomado un descanso, entonces el capataz cuando supo eso, lo mandó buscar, le hizo el encargo a dos trabajadores de que lo buscaran; el niño andaba jugando en la parte trasera (luego hizo una pausa como si estuviese terminando de recordar el suceso) entonces cuando vio que los encomendados andaban tras el, el niño corrió y corrió quizás por toda la fabrica, cual si fuese el juego de las alcanzadas, pero cuando lo agarraron por fin, se lo llevaron al capataz, y este como si estuviese invadido de ira, ordenó que lo colgaran del roble, se dice que el niño murió con una sonrisilla de incrédulo, nunca pensó que el capataz hablara en serio, hasta que el último aliento exhaló de su boca.

Tiempo después los otros trabajadores que habían ayudado a encontrar al niño, aparecieron ahorcados un mañana, unos juraban que por remordimiento otros decían que porque el niño se les aparecía mientras trabajaban y no los dejaba en paz, el caso es que algunos meses después se desató la primer huelga obrera, (dijo esto con el dedo índice en alto, como si estuviese declamando una enmienda) para que les dieran derechos a los trabajadores, prestaciones, libertad de formar sindicatos y esas cosas-, concluyó el hombre. -¿Y que ha sido lo más reciente que se ha sabido acerca del fantasma del niño?-, pregunté anonadado, -Pues dicen algunas gentes, visitantes en su mayoría, que han escuchado pisadas como si alguien pasara descalzo, pero que a final de cuentas no ven a nadie, otros dicen que un niño anda asustando, por eso muchos no van hacia la parte trasera de la fábrica-, dijo el viejo, -yo te iba a decir eso, pero tu te fuiste con una mirada de desconfianza hacia mi, así que mejor te dejé a tu suerte-, repuso. -¿Y cómo era el niño?- Seguí cuestionando, -En la oficina de Recursos Humanos está la noticia del periódico de aquellos tiempos, ahí hay una foto de él, se llamaba Carlos-.

Al escuchar esto, no proseguí en la formulación de preguntas, repentinamente la sombra tan refrescante que proporcionaba uno de los robles causó en mi algo así como un sudor frío, los escalofríos no se hicieron esperar. Saqué de mi bolsillo unas monedas y se las di al señor, al mismo tiempo que le daba las gracias  por la histeria que me había proporcionado (si, “histeria” y no “historia”). Seguí caminando a través de la calle, hasta llegar a la plaza donde tomé asiento y di algunos respiros profundos, mientras admiraba el ex-templo masónico que se encontraba en frente, para aligerar los nervios, saqué la cámara y tomé algunas fotos, en vano lo hice, pues para nada se me aligeraron; procuré retirarme de ahí y volver a Tepic cuanto antes, pues la impresión que tenia era muy grande.

Algunos días después, estando en la escuela, se me ocurrió revelar el rollo que días atrás había usado específicamente para las imágenes de Bellavista; estuve en el cuarto oscuro alrededor de una hora y media realizando las técnicas de revelado, al terminar dicho proceso me dediqué a analizar las imágenes desde el negativo, algo me sorprendió bastante; una extraña mancha se apreciaba en la foto del túnel (la primera que había tomado), pensé que seria por algún defecto de revelado, sin embargo tuve que ver eso a fondo, así que imprimí la foto; esa extraña mancha no era mas que la extraña figura de un niño, un niño de nombre Carlos, cuya existencia se había apagado cien años atrás, intenté salir despavorido del cuarto oscuro pero un extraño sonido de pasos me detuvo. Y pensar que esa sensación de persecución tenia un fundamento muy poderoso; aquél niño en verdad me estaba observando.

***

A continuación se presentan los videos y programas inspirados en la historia «Estando en Bellavista»:

La muerte del neteukari, por Alejandro Barrón

Narrativa

La muerte del neteukari

Texto ganador del XI Premio Estatal de Cuento Indígena ‘Tlahuitole’ 2006.

-Apenas bajé de la avioneta me cercioré, ese aire puro que imperaba en el ambiente no era más que el de la sierra llana y salvaje, cuya aura hubiese desaparecido en cuanto entrase a territorio citadino para dar paso a los olores cotidianos de la prisa y el estrés; hacía mucho tiempo que no volvía a esa sierra tan virgen, la sierra del Nayar. Tenía en mi mano lo que hacía horas parecía ser un telegrama; “tu abuelo ha muerto”, enviado gentilmente por el comisariado de la zona, ahora ese papel no era más que el recipiendario que retenía el sudor provocado por los nervios de volver a aquel lugar del que mi propia familia me había alejado muchos años atrás, argumentando la posible herejía que cometía mi abuelo al hacer rituales que, para la gente sincréticamente domada por la cruz era la automática excomunión. Con maleta en mano caminé el mil veces añorado y angosto trecho que me llevaría hasta el pequeño ‘palacio’ de adobe, cuyos recuerdos raquíticos en mi mente revoloteaban, como las plantas trepadoras que coronaban el techo, alentadas por el aire.

Titubee; tres pasos adelante, ya estaba en la puerta, donde un olor a nardo se apoderaba de la estancia –no es que ese olor fuera real, sencillamente era el olor de la muerte, y mi mente lo maquinaba-, la gente ahí presente  se sorprendió un poco al verme, un hombre encorbatado y con miles de ocupaciones dibujadas en la cara hacía buen contraste con aquella situación. Apenas escuché los tenues rezos de las mujeres, tomé –protocolariamente- asiento donde se pudo.

Y ahí estaba, postrado en un petate, envuelto en una sabana blanca -pues estaba desnudo-, encima de una mesa carcomida por el tiempo, con dos veladoras resplandecientes, y varios ramilletes de extrañas hierbas colocados en vasos de veladoras agotadas, algunos tupiris, tsaraketis, haruwatsinis, kumitsariyus, kapitanis, tatuwanis y harikaritis –flechas ritualisticas que el Mara’akame usa para la curación-; aquel despojo sin duda alguna era mi abuelo, hombre sin tantas arrugas, cabello cano aludiendo la noventena, mirada serena aunque apagada, con las manos juntas como si rezara algún padrenuestro. En un rinconcito de la casa, logré escuchar una plática, entre dos hombres de edad avanzada, de cómo fue que murió mi abuelo; la noche anterior a su muerte, una mujer de la comunidad había tenido algunas complicaciones en su embarazo, entonces mi abuelo, por ser el mara´akame, realizó una serie de rituales, en los cuales logró transformarse en coyote, y así poder asechar a los malos espíritus que pretendían arrancar al crío de las entrañas de su madre, en su estado animal, rondó la casa de la mujer en riesgo, varias horas después, se suscitó una pelea entre dicho coyote y otro animal cuya descripción no era precisa, pues era más negro que ni la propia oscuridad; un hombre se percató y sacó su rifle para dar por concluida la contienda y así poder dormir tranquilamente, cuando el coyote había vencido a ese oscuro ser –pues unos aullidos distintos a los de cualquier canino anunciaban una agonía dolorosa-, se disponía a irse, mas una ráfaga de fuego lo detuvo, en la madrugada apareció tendido un anciano, desnudo y desgarrado de un costado, con una herida en el pecho. La noticia corrió muy rápido.

No tenia ánimos de dar o recibir pésames, aunque ciertamente no había a quién dárselos, a menos que tomara la posición del nieto pesaroso, mi abuelo desde hacía tiempo que vivía solo, la barrera cultural y lingüística fue tan inquebrantable que rompió eslabones en la familia.  Poco a poco fue cayendo el fulgor de la noche, y la gente, taciturna, comenzó a retirarse, sin decir palabra inteligible alguna, nada más que murmullos en su lengua nativa- desconocida para mí-  como grillos en campo abierto –que se escuchan claramente, mas sus ruidos son incomprensibles de interpretar-. Poco a poco me vi solo, extenuado en una silla de palma y madera, mirando cómo el tiempo había pasado y ahora se encontraba recostado, en una mesa, sin más cobijo que una bóveda celeste de adobe rancio y cuarteada por las plantas silvestres que tratan de dar paso adelante al triunfo de la vida a pesar de las adversidades. Me sentí como un completo desconocido velando un cuerpo del cual no tenia idea como venerar, la desesperación comenzó a invadir la humilde estancia, miles de especulaciones comenzaron a entrar en mi mente, como si fuesen personas que entraran a acompañarme en mi duelo -dónde enterrar al viejo, cómo presidir el funeral, qué decir ante el cuerpo, qué proceso seguir para la declaración de la defunción, papeleos y más papeleos- muchas voces diciéndome qué hacer, todas a la vez, sin seguir un orden, sin sugerir nada concreto, sólo suposiciones.

¡Alto! dije con las manos posadas en las sienes como si desde siempre me estuviera protegiendo de comentarios lascivos que alteraran la paz mental, tomé una bocanada de aire, fijé mi vista en el techo, saqué de uno de mis bolsillos un cigarro semidestruido por el ajetreo de las circunstancias, lo encendí, mas, la idea de estar fumando –y faltándole al respeto a un muerto- hizo a mi mano izquierda darle un golpe a la derecha, tirando el vicio, el cual fue poco a poco consumido por el aire. De un momento a otro estaba hablando con el cadáver, clamando por respuestas, ‘qué hago contigo, qué hago contigo, no sé cuales son las costumbres de aquí’; en ese momento una de las veladoras se apagó, toda la iluminación del lugar dependía de ellas, y ahora me abandonaban como esa gente desconocida, -y decía ‘abandonaban’ porque la otra no tardaría en apagarse- ‘qué hago contigo’,  esta vez lo decía apuntando inquisitivamente con el dedo hacia el abuelo, como dándole permiso para hablar.

Una idea cruzó el umbral de la oscuridad para dar paso a una lucida solución, lo enterraré ya, en este preciso instante, donde sea, igual la carne y hueso siempre han sido polvo; me aproximé al cadáver como si inocentemente lo fuese a apreciar, quité las veladoras consumidas y las flechas ceremoniales, enrollé el cuerpo en el petate y de un tirón lo subí a mi hombro, me aproximé detrás de la puerta, buscando una pala, mas sólo un azadón pudo quitarme del apuro. Por lo menos tendría un acercamiento con el viejo, por lo menos un paseo por la noche abuelo y nieto, por lo menos…yo lo enterraría, mi sangre revuelta con la tierra, a donde vamos todos, tarde que temprano, decía a mis adentros como si con el hecho de pronunciar todo eso me hiciera cambiar de idea o de ánimo. Caminé monte arriba, procurando un lugar adecuado como última morada, hallé un montículo de tierra blanda, aquí.

Dejé el cadáver junto al montoncillo de tierra, hice un arremango a mi camisa, aflojé mi corbata y comencé a escarbar. Porqué no enterrarte con la abuela, si supiera donde esta ella, si la hubiese conocido, no, este será tu espacio, tu conexión con el universo, ahora recuerdo esos cuentos que me recitabas en el poco español que sabías, sobre convertirse en un pájaro, y volar, estar más cerca del cielo que ningún otro, rasgar los velos blancos de las nubes, traer la lluvia a las tierras del sicuri, o ser un cervatillo a voluntad y correr, muy muy lejos tanto como la juventud y las fuerzas fuesen suficientes, ¡ay abuelo!, a mi si me gustaban tus historias, lástima. Era de madrugada, el vapor de mis exhalaciones me lo informaba, suponía que hacía frío, mas no lo sentía, de vez en cuando pensaba –mi vida se me iba en pensar y pensar- en aquellas imágenes de los usurpadores de cadáveres, abriendo féretros con esas expectativas de estar descubriendo tesoros olvidados, pero en mi caso era al revés, un cadáver usurpando mi tiempo, mi nostalgia, abriendo las entrañas de una tierra desconocida, oliendo la hierba, escuchando a los sabios árboles crujir sus sentencias, creer que se mueve, creer que me habla, que por lo menos mueve los labios y mi mente hace lo demás.

El hoyo que había cavado era lo suficientemente hondo como para dejar no nada más al abuelo, sino también todo el rencor que tenia contra la familia, aquella que me alejó de mis verdaderas raíces y que me convirtió en lo que soy; un empleado que atiende, redacta, archiva y quema actas, que está atado al tiempo, que los metales y papeles moneda marcan la pauta a mi vida de soltero y cuarentón, desordenado, acongojado, soñoliento los lunes, con dos gatos, un perico y la víbora que tengo por vecina y amante las noches del viernes, sábado y tal vez el domingo –si es que mis frustraciones no tocan un punto cenit-. Pero abuelo, tu qué necesidad tienes de escucharme hablar solo, no creo en lo absoluto que los muertos tengan preocupación alguna, por eso no creo en fantasmas.

Ya está, terminé. Hice un pausa exhaustiva, para recuperar el aire, para mirar la cara del viejo, para pretender que me encontraba en otro lugar que no fuera un punto perdido en la sierra nayarita, con un cadáver casi por enterrar, con las manos sucias, y sobre todo, pretender que no me dolía el hecho de saber que el ultimo miembro de mi familia se había ido hoy. ¡Esa era la verdad! Hoy me quedaba práctica, legal y universalmente solo en este mundo. La sensación de vacío se apoderó por fin de mí, los efectos retardados de los que tanto gozo se hicieron presentes, esos y todos los demás sentimientos que había experimentado durante el correr del día, desde que un mensajero atolondrado llegaba a mi cubículo diciendo ‘¿Señor Gálvez? telegrama, firme aquí’ hasta estos momentos en que se materializaban como dolientes, todos conocidos míos y hablando mi cristianizada lengua; tocando mi hombro y diciéndome el tradicional ‘cuando le toca le toca’ –una variante del ‘ya le tocaba’-.

Ahora miraba al cielo, como si tuviera desde hoy que dirigirme hacia él cada vez que quisiera entablar una conversación familiar. Y es que al final no somos nada. Voltee a ver al abuelo, para cerciorarme de que mi plática no lo hubiese regresado a la vida, tan sólo para huir y no escuchar cuán patético era; estaba envuelto con el petate y listo para ser un bocado para la madre tierra. Es hora. Con dulces palabras y un par de lágrimas tomé el cuerpo envuelto en el petate, y no me quedó mas remedio que aventarlo, cuando tocó fondo no se escuchó como se debería escuchar un bulto al caer, de par en par se abrió el petate, la sábana fue desgarrada y salió volando un zanate, se posó sobre la rama de un árbol, se acicaló las alas y, dedicándome una mirada indulgente, lanzó un graznido; acto seguido se dio al vuelo, pareciera que con su partida, se llevara la noche, pues en esos momentos los primeros rayos de luz encandilaron mi vista.

Tomé asiento en el borde de la fosa, saqué un cigarro –al fin que, ya no había muerto que ofender- de momento entré en un ataque de nervios, tanto que el cigarro se había consumido de tal forma que me quemaba la falange de los dedos, mas no sentía dolor. Lo último que recuerdo antes de caer desmayado fue que volví  observar mi entorno y sencillamente la luz del alba me había nublado por completo la visión, tuve la sensación de que unas manos tapaban mis ojos con una tranquilidad tal, como si estuviese demasiado cansado y lo que más quisiera en el mundo fuese dormir; lo demás usted ya lo sabe; fui encontrado inconsciente dentro de una fosa que había cavado- decía el señor Gálvez asustado, temblando de frío, sucio, y con raspones, mientras le era tomada su declaración en la comisaría.

Tepic, noviembre de 2006

El maldito Julio Ruelas

Arte

«La inspiración de Julio Ruelas complácese en la sombra, en la angustia, en el tormento. Es dantesca por excelencia, viene del infierno, a través de Goya… Nadie como el ha sabido traducir al dolor, un dolor que eriza los cabellos, que hace pensar en un mundo fantasmagórico de suplicios.”

Amado Nervo

Julio Ruelas Suárez

Julio Ruelas, pintor, ilustrador y grabador mexicano, (Zacatecas, 21 de Julio de 1870 – París, 16 de Septiembre de 1907) . Formado inicialmente en la Academia de San Carlos donde adquiere conocimientos en la técnica de la pintura (Anteriormente cursó estudios generales en la Institución científico y militar de Tacubaya), será con posterioridad gracias a una beca y el firme apoyo familiar cuando amplia sus horizontes artísticos y viaja a Alemania para ingresar en La Escuela de Arte de la Universidad de Karlsruhe y recibir entre otras la influencia del célebre pintor suizo Arnold Böcklin. Finalizado su periplo por tierras germanas, retorna a su México natal y se integra dentro de los círculos intelectuales e artísticos del distrito federal. Así, desde 1898 se constituye como uno de los miembros fundadores de la publicación orientada a la creación y difusión cultural: Revista Moderna, siendo su más notable y principal ilustrador. Sin embargo, tiempo después (1904) decide trasladarse a París para conocer y dominar la técnica del grabado en aguafuerte. De hecho, sus obras en aguafuerte, pese a no superar la decena, representan el mejor legado de su producción (La medusa, Escalera de Dragón, La princesa cautiva, La esfinge…). No obstante, en 1907 en el cenit de su trayectoria profesional y con tan sólo 37 años de edad fallece a causa de una tuberculosis mortal.

tumblr_n2c9qbdahT1rsvslyo1_1280

Pintor excepcional, enigmático, rebelde, transgresor, sátiro, mordaz y romántico, fue el emblema del modernismo y simbolismo mexicano. Figura poderosa, brillante y bohemia, sus múltiples trabajos han representado con su elegante y vivo dominio de la línea a una de las carreras más alabadas entre los artistas latinoamericanos, la de un genio magistral.

Sónrates 1902

Sus restos, por deseo personal tal y como le manifestó a su amigo Jesús Luján (Entonces director de Revista Moderna), reposan en el cementerio parisino de Montparnasse: «Esto no tiene remedio. Yo sé que me voy. Sólo quiero un último favor: que me sepulten en el cementerio de Montparnasse…Y si no es mucho pedir consiga usted una fosa contigüa a la barda que da al boulevar, para que desde allí pueda yo descansar oyendo el taconeo de las muchachas del barrio…». Un año después, las firmas más ilustres de la literatura latina le rindieron homenaje, en un acto organizado por la Revista Moderna. Seña palpable de su enorme trascendencia y repercusión cultural.

Tumba de Julio Ruelas en el cementerio de Montparnasse, París.

 

Dibujo de Julio Ruelas, firmado y fechado en 1902.

Propiedad de la familia Robles Barrón.